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martes, marzo 14, 2017

DESENCANTADO DEL AMOR



El amor, como dice la canción, llega a nuestra vida y no nos damos cuenta. De hecho, a lo largo de ella son varios amores, y de diferentes clases, los que golpean con incalculable fuerza nuestras entrañas. Con euforias, alegrías, decepciones y tristezas, reducen nuestra expectativa de permanecer vivos, pero ¿para qué vivir sin razones por las cuales morir?

En mi vida existen muchos amores y este texto no es una catarsis marital ni mucho menos, hoy voy a hablar de un amor que llegó tempranamente a mi conciencia y nunca se fue: el fútbol. 

Ese juego, hijo ilegítimo del rugby, inventado por los ingleses, perfeccionado por los brasileños y patentado por los alemanes, que desde hace un buen tiempo es el más popular del mundo.

Como la mayoría de los amigos que tengo, soy un futbolista profesional frustrado (sí, de esos a quienes una lesión -usualmente de rodilla- en el cenit de su juventud, los truncó de fichar con el Real Madrid, el Milan o el Manchester), por eso cada vez que tengo oportunidad me juego mundiales de potrero y finales de peladero. Siempre que hay oportunidad, veo partidos de mi amado y desagradecido América de Cali, de la lánguida liga colombiana, de la Copa Libertadores, de la Champions, el Mundial, Copa América, Eliminatorias de todas las confederaciones, Sub 15, 17, 20, 23; liga femenina, etc. Incluso me he sorprendido viendo un clásico del fútbol peruano por allá a las 7:00 de la mañana un domingo. ¡Qué puedo hacer, estaba enamorado del fútbol! 

Y digo, "estaba" porque recientemente me he desencantado de este amor.

Cual pareja caprichosa, el fútbol me hace rabiar con muchas cosas que hace... Cosas como ver que el interés monetario de los dueños de algunos clubes, prima sobre el interés de levantar copas, de enorgullecer a los hinchas y de quedar en la historia. Cosas como la corrupción inherente a los entes rectores y directivos de las confederaciones. Cosas como las mal llamadas "barras bravas", un puñado de mequetrefes, que escondidos detrás de una camiseta, violentan al contrario, amenazan jugadores, sacan técnicos, ahuyentan visitantes y mutilan el espectáculo. Cosas como los jugadores tramposos, mañosos y marrulleros...

Todas esas cosas me hacían rabiar, pero resultaban condonables frente a las otras cosas que hacen del fútbol una pasión maravillosa. Sin embargo, desde el último partido del Barcelona por la Champions League frente al PSG, esta traga maluca se me convirtió en algo maluco de tragar. 13 "errores" arbitrales determinantes en el curso del partido, lograron remolcar al equipo catalán a los cuartos de final del certamen de clubes más importante del mundo, después de que fuera batido en París 4-0.

Maldigo al árbitro alemán Denis Aytekin (quien como dato curioso cuento que tiene un hermano que ganó 148 mil euros apostando a la remontada barcelonista), porque me sometió a verlo: regalando penaltis para favorecer al culé, olvidando sacar la tarjeta colorada a los blaugranas, pitando cual socorrista en contra del elenco galo; me obligó a sentir lo que debe ser ver al amor de tu vida con otro.

El alemán fue como el mal amigo que te roba la novia. Personificó la decepción y el desasosiego, que llegaron a niveles de abatimiento. Lo anterior sumado al malestar producido por el repulsivo y prestado triunfalismo de la prensa criolla. Sus eufemismos carnavaleros caldearon mi decepción. Palabras como: "épico", "remontada", "milagro" y "gesta" inundaron los editoriales que hablaban de la injerencia del árbitro someramente, mientras elogiaban el temple y el talento de los jugadores del onceno español.

Estoy desencantado del amor por el fútbol. Estoy desencantado porque el deporte de mis amores entregó melifluamente sus contiendas más inspiradoras al criterio de un ser humano, corruptible, falible y por definición, sesgado. Estoy rabioso porque el fútbol se niega a evolucionar, se enorgullece anacrónico, vetusto y análogo en una era digital. Estoy "entusado" porque quiero volver a enamorarme del soccer, como le dicen los gringos. Quiero volver a creer que si un equipo levanta la copa, es porque cada gramo de ella la merece y no porque un árbitro, arbitrariamente se la regaló.