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viernes, julio 29, 2016

ASESINOS DEL FÚTBOL

Las mal llamadas "Barras bravas" en Colombia acabaron con el aforo en los estadios y lo cambiaron por grescas a puñal donde lo más importante es un insignificante "trapo". Parafraseando a Maradona, "mancharon la pelota". 
Un recuerdo vago me guía por los pasillos del estadio Nemesio Camacho ´El Campín´. Camino con saltos cortos tratando de seguir el ritmo que los largos pasos de mi papá y de mi hermano imponen, sin embargo recuerdo que a pesar de mi esfuerzo, me llevan de la mano casi colgando. Al fondo se oye una especie de zumbido que incrementa mi expectativa, el caos de la escena desde ya me parece fascinante. Finalmente, subimos unas cortas escaleras y ante mis ojos el tiempo se detiene. "La pasión del fútbol" adquiere significado, una fiesta se postra ante mis ojos. La cancha, verde, virgen, perfecta... ¡parece nueva! Inmediatamente siento ganas de correr en ella, incluso en mi fantasía de segundos lo hago. Me volteo y un mar de personas llena mi atisbo.
 
El tiempo sigue inmóvil mientras que con la boca abierta (literalmente), veo cómo con perfecta armonía se sincronizan el rojo y el azul de sus camisetas, banderas, trompetas, gorritos y pañoletas. Vendedores de antojos pasan con sapiencia entre los estrechos corredores humanos, palitos de queso, dulces, agua, gaseosa...  -aguardiente- se escucha en la voz furtiva de uno de ellos. El estadio está lleno, esta noche Millonarios y América se enfrentan. Son los ochentas, no recuerdo con exactitud qué año data, pero sí sé que fue la época que mejor fútbol expuso el balompié colombiano.
 
El reloj vuelve a moverse y con un "camina hijo que ya van a salir", mi papá me guía hasta mi asiento. A mi lado una señora de unos cuarenta y cinco años devora los ripios de lo que fue una presa de pollo, sus labios brillan al tiempo que me ofrece una sonrisa, yo me regocijo mirando su gorro que expone una singular forma. "El ballet azul" decora con una tipografía curiosa el diseño de la prenda, no tardo nada en deducir que es una fiel hincha de Millonarios. Terminado su festín me ve y dice emocionada "van a perder... buuu". Yo soy hincha del América y a pesar de que no llevo puesta la camiseta, la banderita que mi papá me compró a la entrada del estadio, evidencia mi foránea predilección. 
Mezclados, hinchas azules y rojos, se ponen de pie y reciben con arengas victoriosas, papel picado, aplausos, gestos y gritos; a las dos escuadras que se van a batir. Estamos en la misma tribuna y no hay peleas, no hay malos tratos, no hay insultos, lo único que importa es la pelota y es la pelota la mejor presentada. Pasada la euforia de la salida, el partido comienza y veo por primera vez en mi vida, en directo y sin comentarios "especializados", un partido de fútbol profesional. Sin tener una amplia memoria de sus trayectorias, descubro a los que años después serán emblemas del fútbol colombiano. Falcioni, ´El Pipa´ de Ávila, ´El Tigre´ Gareca y Juan Manuel Battaglia por parte de los ´Diablos Rojos´; ´La Gambeta´ Estrada, Arnoldo Iguarán, ´El Pájaro´ Juárez, Miguel Prince y Mario Vanemerack por ´Los Embajadores´ hacen de sus habilidades el ingrediente esencial de este lindo espectáculo. Los cánticos que emergen de diversos puntos de la tribuna no tienen un acento argentino, no tienen groserías implícitas, no ofenden a nadie; son sólo barras inocentemente musicalizadas pletóricas de sentimiento y pasión.
El partido se acaba dejando un saldo de un gol para cada elenco, los asistentes aplauden, hay sonrisas y paz.. Los jugadores se despiden y yo también. La señora a mi lado me mira con alegría y suspira un tímido "casi". Mi  papá me pregunta si me gustó venir al estadio y yo asiento con mi cabeza, mientras que mi corazón grita emocionado.
Eso era el fútbol hace veinte años, un plan familiar, un encuentro, un contraste amistoso de energía brotando por todo lado. El fútbol hace veinte años era pasión, era paz. Ahora, gracias a un grupo de mocosos estúpidos, mequetrefes y cobardes; ese espectáculo tan lindo se convirtió en una palestra donde la protagonista dejó de ser la pelota y el papel principal se lo dieron a la hoja de un cuchillo. El estadio se volvió una zona de guerra donde no hay victoria y la magia ahora la tienen que hacer los médicos, quienes atienden a cientos de personas que llegan a los centros de salud con una puñalada o con la cabeza rota.
La pelota está manchada, "familia" ya es una palabra que no se junta con "estadio" en la misma línea de un contenido editorial. Gracias a estos hampones de poca monta, el único color que se combina con los demás, es el verde de la policía, que debe disponer de más de 3.500 efectivos para cuidar que no haya muertos en cada partido. Gracias a estos bribones que se hacen llamar "barras bravas", en cuanto se acaba el partido, los pocos asistentes que aún van deben ponerse alguna prenda que oculte su preferencia futbolística, pues la osadía de salir con la camiseta puesta, puede y ha sido en varias ocasiones una sentencia de muerte.
 
Es paradójico, así como con nostalgia recuerdo las épocas bonitas del fútbol, también me divierto pensando en la forma de erradicar a esta plaga de los estadios. Puedo decir con algo de vergüenza, que me alegro cuando hay muertos de las "barras bravas" tras algún enfrentamiento pactado en un parque de la ciudad. Debo admitir con pena, que sonrío pensando que este preciso instante en el que escribo esta crónica, hay dos inadaptados pagando una condena de dieciocho años de cárcel por haber asesinado a otro hamponcito igual que ellos. ¡Qué ironía!
 
En fin, sé que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista, por ahora, figuró seguir soportando a Eduardo Luis y sus ridículos: "por los clavos de Cristo, lo sigue hasta en Twitter, pidan domicilio,...".